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Entonces Josué se rasgó la ropa, y tanto él como los ancianos de Israel se echaron polvo sobre la cabeza e inclinaron su rostro hasta el suelo delante del arca del Señor, hasta que cayó la tarde. Y Josué exclamó:

«¡Ay, Señor, Señor! ¿Por qué permitiste que el pueblo cruzara el Jordán? ¿Acaso fue sólo para entregarnos en manos de los amorreos, para que nos destruyan? ¡Hubiera sido mejor que nos quedáramos al otro lado del Jordán! ¡Ay, Señor! ¿Qué puedo decir, ahora que Israel ha sido derrotado y que salió huyendo de sus enemigos?

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